jueves, junio 08, 2006

Cóctel de vino tinto con suave aliño de lágrimas

Los recuerdos a veces escapan a nosotros de tal forma que uno se replantea si es nuestro subconsciente el que se trabaja la acción de olvidar los buenos recuerdos para sanar las viejas heridas que aún escuecen dentro de nuestro corazón.

Recuerdos que se transforman en insulsos. Que un día se pasaron de ejercer en mí una sonrisa, al peor fruncir de ceño.

Puertas de roble, olor a orégano y bandejas humeantes era lo poco que podía divisar. (más las pocas ganas que tenía de mirar) Junto a camareras de sonrisas forzadas, era lo que aún mantenía aquél restaurante que llamé en su día, “un bar para olvidar”.

Cierto es que allí fue la primera vez que me distes algo más que promesas esfumadas, y que con el tiempo fue mi fábrica clandestina de rencores, reproches y despecho.

Aún recuerdo si intento hacer un gran esfuerzo lo dura que estaba aquella silla, aunque no tanto como lo estuvo el último día que reservé nuestra mesa favorita. Como a ti te gustaba, al lado de la ventana. Observando la ciudad de un modo como si nosotros estuviéramos en otro universo paralelo.

Qué guapa estabas esa noche. Tus ojos aquél día brillaban tanto que al atravesar tu mirada la copa de bohemia, hacia descomponerse la luz formando un arco iris, aunque no era la luz de tus ojos lo único que se descomponía. Me derretía llenando el techo de vapor de amor hirviendo.

Qué triste fue que después de unos meses, repetimos escenario de nuestro pasional y trágico amor.

Qué triste que me dieras plantón mientras trataba de pasarme de un dedo a otro haciéndolo girar con ellos, ese anillo de oro con unas palabras dentro.

Me dejastes allí entre sueños y una ensalada sin aliñar, esperándote a ti. Con una botella de vino a punto de vaciar y yo consumiéndome como las velas que terminaban de adornar nuestra mesa.

La vida es así, un día cenas con “te quieros” derrochados, que otro día cenas solo con un sueño en forma de anillo.

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