lunes, junio 06, 2005

La dama que bailaba sin música

Estaba asomado a la ventana en una noche de verano contemplando el maravilloso esplendor que poseía la luna.
Era una de esas noches en el que el mayor deseo es que te invada una leve brisa de aire fresco y rompa el hastío del bochorno.
Tanto era mi inquietud por sentir el aire fresco, que decidí marcharme de mi casa y dar una vuelta por los campos que se asoman infinitos por la puerta trasera de mi hogar.
Decidí ir hacia aquella colina, donde mora aquel árbol centenario, que contempla las vidas de los del lugar como un suspiro.
Entonces apareció una silueta que nunca podré borrar de mi mente, una imagen que ni el más inquietante paso del tiempo puede llenar de telarañas mi olvido.
Apareció una joven en lo alto de la colina a unos diez metros del árbol centenario.
Una dama con un traje blanco, que en la pieza superior era de fino encaje y su falda era plisada.
Falda que con sus giros hacían parecer a la joven una flor en tiempos de Abril.
Ella bailaba, bailaba con la única marcha que marcaba la orquesta de las estrellas al paso firme de la batuta que dirigía la Luna.
Nunca había visto tanta majestuosidad en una mujer. Ni en cien catedrales podrían superarla.

La joven era Natalia. Era la típica chica de la villa que todo el mundo tiene miedo a enamorarse.
Miedo a probar el dulce veneno que tiene en sus labios y ser un amante condenado a la indiferencia.
Una dama sin príncipe, que aquella noche parecía bailar en compañía de alguien.
Quedé hipnotizado por el movimiento de sus manos, que parecían convertirse en mariposas en busca de la flor más bella en plena primavera.
La hermosa brisa hizo acto de presencia para acariciar su pelo. Un océano en plena tempestad, que en él, más quisieran los barcos de caricias naufragar en su fragancia.
Entonces mis ojos me llevaron hasta sus pies desnudos, en el que la hierba se sentía alagada de ser pisada.
¡Oh Señor, quien fuera hierba y ser castigado de esa manera!
¡ Oh mi Dios si ella me ofreciera su amor!
Por ella sería capaz de recorrer los caminos más oscuros con la única luz que mi esperanza.
Por ella sería capaz de dejar de leer versos a la madrugada con la compañía de un cálido vaso de vino, y la tenue luz de mi candelabro de plata.
Pues ella es poesía y sus lágrimas son mi único dulce. Luz que su aura me encandila como el Sol de la mañana.
Aquella noche los ángeles tocaron trompetas para ti.
Aquella noche Dios abandonó su trono para sentarse junto a mi.

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